Monday, May 15, 2006

Cuando menos te lo esperas



Hay muchas cosas que son agradecidas, muestras de cariño espontáneas, regalos inesperados, una visita sorpresa, un reencuentro inverosímil, una peli que sorprende o un libro comprado por casualidad que resulta ser maravilloso. Entre esos pequeños placeres que encuentran como factor común la sorpresa, esa que te roba una sonrisa. Mi padre siempre dice que el día que la vide le deje de sorprender se morirá, supongo que en cierta medida pienso lo mismo.

Viajar es, sin lugar a dudas, una constante fuente de sorpresa, si se tiene la actitud adecuada y la suficiente empatía para poder entender otras culturas. Este fin de semana he tenido una de estas maravillosas sorpresas, Isla Grande.






Isla Grande es un cayo situado en la provincia de Colón en el mar Caribe, a dos horas en coche desde Panamá Ciudad. Es un lugar de esos que desde el primer momento te cautiva. Un pequeño puerto, con casas de diferentes colores agolpadas con una jungla verde detrás conviven con las palmeras, perros, gallinas, niños, mujeres cocinando en la calle, pescadores, olor a mar y merengue…Todos esos elementos son parte de una fotografía viva, que interacciona caótica pero todo este desorden forma parte de un equilibrio mágico. Lo primero que te percatas al llegar a esta isla es que de repente tu ritmo vital se desacelera, es como si entrases a formar parte de una película rodada a casi cámara lenta, te sientas en la playa cierras los ojos y sientes como el corazón exhala un suspiro de gozo, el tiempo pasa inadvertido y hasta los relojes parecen dudar al marcar el siguiente segundo.



Bajo una sombra tumbada después de haberme dado un baño en un agua cristalina me quedo mirando las nubes, es como si las hubiesen pintado, parecen parte de un decorado, estáticas, esponjosas, definidas, perfectas. Permanezco en ese estado un tiempo indefinido hasta que de repente veo acercarse una canoa, son unos pescadores que traen langostas; llegan a la orilla donde les espera el dueño del chiringuito para pesarlas, son para la comida que está preparando…Paseas por la Isla y la gente te saluda amablemente, las niñas van con trencitas que terminan en lazos de colores y juegan en la calle, los adultos se sientan a hablar y parecen ignorar que hay un mundo exterior a este sitio donde el tiempo se congela. Por la noche sólo se escuchan las palmeras azuzadas por el viento y la marea chocando contra las rocas.



Sin lugar a dudas, volveré.

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