Wednesday, March 22, 2006

Incomunicados

"¿Cuando vas a crecer? ¿¿¿Cuando vas a madurar??? Yo a tu edad..." A Juan aquellas palabras se le atascaban en la garganta, como cuando te atragantas con un caramelo, engullir esas frases que tantas veces había oído era un tormento. De repente se sentía pequeño, muy pequeño, como cuando estaba en el colegio, le colgaban las piernas de la silla y no entendía las matemáticas. Su casi metro noventa se reducía al tamaño de un pigmeo ante las hirientes palabras de su padre.

"Lo tuyo no tiene solución". La frase se queda suspendida en un aire que parece congelado. A cámara lenta como en las películas de acción parecía rematar con un sable al que, postrado en el suelo, solo puede esperar la muerte con una mezcla de miedo y liberación tras la agotadora lucha.

Después, pequeño, desarmado y con una herida mortal escucha a lo lejos "Pero Juan, vamos a hablar". ¿Cómo se puede hablar cuando te intentas comunicar en diferentes lenguajes? ¿Cómo establecer los hilos de comunicación que han sido devastados tras años de tormentas y de ciclones?

Marta está callada, observa la escena, el abismo cada vez más profundo entre padre e hijo. Decide una vez más intentar mediar entre dos personas tan similares que se repelen como imanes con la fuerza magnética de dos polos idénticos. Un papel de diplomática que nunca escogió pero que asume como única opción vital ante el precipicio. Ella también parece haberse transportado a una escena del pasado en Galicia donde los recuerdos están empapados de lluvia. Cada vez que esa escena se repetía era como un déjà vu de algo muy escondido en una caja que nunca quería abrir. Un fantasma del pasado que siempre traía lluvia, una lluvia fina y constante.

Le tiembla la voz y lucha por contener esa lagrima de rabia, impotencia y dolor contenido. Mira a los ojos a su padre y ve un destello de arrepentimiento, y por ese brillo se abre una vía a la comunicación, un camino directo al corazón. Marta consigue desprenderse de su mirada de cachorro asustado y comienza a hablar, a compartir, a explicar lo que Juan no es capaz de expresar y lo que su padre intenta decirles con muy poca fortuna.

Puede que en las familias cuando los puentes a la comunicación están saqueados como en las guerras, son las propias personas las que establecen los nuevos lazos tendiendo una mano entre los dos extremos aislados, para que los imanes encuentren en su polaridad un punto de unión.

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